martes, 30 de julio de 2013

Henry David Thoreau (1817-1862): "Padre de la desobediencia civil"




Henry David Thoreau (1817-1862)

"Padre de la desobediencia civil"


Es más deseable cultivar el respeto al bien que el respeto a la ley
Henry David Thoreau

Por Bernardo López Ríos *

* Católico, Apostólico y Romano, fiel a las enseñanzas de Su Santidad el Papa Francisco, de Su Santidad Benedicto XVI, Papa Emérito, del Concilio Vaticano II y del Magisterio de la Iglesia Católica

Introducción

Henry David Thoreau fue naturalista, agrimensor, maestro de escuela y fabricante de lápices; hoy se le considera uno de los padres fundadores de la literatura estadounidense, profeta de la ecología y de la ética ambiental y padre de la desobediencia civil.

En efecto, en 1846 Thoreau se negó a pagar impuestos debido a su oposición a la guerra contra México y a la esclavitud en Estados Unidos, por lo que fue condenado a prisión durante unos días. De este hecho nació su tratado La desobediencia civil.

La villa de Concord, el lugar donde nació en 1817, ha quedado inmortalizada en clásicos como Walden y en otros libros de Thoreau. 
Además de resistirse activa o pasivamente a cualquier tipo de esclavitud o domesticación, Thoreau continúa exasperando a las personas serias. 

Para no malinterpretar ese legado de protesta creativa (como lo describió Martin Luther King), habría que entenderlo en sus propios términos, dentro del contexto formado por las cosas y las personas que le importaban. 

Como diría Mark Twain: si una biografía prescinde de las pequeñas cosas y sólo menciona las grandes, no traza en absoluto un retrato apropiado de la vida de un hombre.

1856

Cuando se sentía nativo del universo, Thoreau se alegraba al descubrir los materiales con los que podría hacerse un millón de Concords, Massachussets, Estados Unidos. 

Así dispuesto, el primero de diciembre de 1856, como casi todos los días, salió de casa de sus padres para pasear con  las botas engrasadas, pantalones de pana y un abrigo lleno de remiendos, reliquia de sus años en Harvard.

Si miramos su diario, en aquel diciembre Thoreau estaba mucho más interesado en observar las ventiscas y congratularse de que la nieve caída no lograra detener la actividad de los granjeros, ni la de los cazadores y los niños. 

Ese era el único teatro, dijo, al que le gustaba acudir: el drama cotidiano de lo que pasaba en la calle. Al día siguiente se dijo que debía guardar en casa su barca, que había permanecido boca abajo junto al río durante todo el verano. 

El hielo imponía una pausa a sus navegaciones, pero pensó que si ahora se veía obligado a guardar su barca, con más placer volvería a botarla en primavera. En su diario leyó sus apuntes del 18 de octubre:

Los hombres suelen exagerar el tema. Algunos son significativos y otros insignificantes. Yo creo que mi vida es muy hogareña y mis gustos, muy sencillos. 

Pena y alegría, éxito y fracaso, grandeza, miseria y en realidad todas las palabras de nuestro idioma no significan lo mismo para mí que para mis vecinos. 

Veo que me miran con lástima, que creen que es un mísero y aciago destino el que me hace caminar por estos campos y bosques y navegar solo por este río. Pero no puedo vacilar en la elección mientras encuentre aquí el único paraíso real. 

Mi trabajo es escribir, y no vacilo, aunque sé que ningún tema me parece demasiado trivial, según las pautas normales; porque el tema no es nada, hombres necios, la vida lo es todo. Lo que le interesa al lector es la profundidad y la intensidad de la vida agitada. 

Rozamos nuestro tema sólo en un punto que no tiene anchura, pero la pirámide de nuestra experiencia, o nuestro interés en ella, se apoya en nosotros en una base mayor o menor. 

Es decir, el hombre lo es todo en todos los sentidos, la Naturaleza nada, menos cuando lo saca y lo refleja. A mí dadme temas simples, sencillos y hogareños.

El 5 de diciembre escribió en su cuaderno que no disfrutar de ninguna ventaja particular era su ventaja mayor, y concluyó entonces que todavía no se había repuesto de la sorpresa de haber nacido en el lugar más estimable del mundo, y en su mejor momento.

Concord

Nacido el 12 de julio de 1817 en una modesta granja de las afueras de Concord, fue el tercero de los cuatro hijos de Cynthia Dunbar y John Thoreau y lo bautizaron como David Henry, un nombre cuyo orden invirtió al ingresar a la universidad.

La tranquila villa fue el primer establecimiento de los puritanos en el interior del continente, a unos treinta kilómetros de Boston y por entonces contaba con dos mil habitantes dedicados en su mayoría a la agricultura en el fértil encuentro de los ríos Concord, Assabet y Sudbury. 

Henry pronunciaba su apellido un poco a la francesa, quizá por influencia de su padre, que aún no había perdido el acento de sus antepasados, hugonotes que se refugiaron en la isla de Jersey en el siglo XVII antes de emigrar al Nuevo Mundo. 

John Thoreau fue maestro en Boston hasta que su cuñado, el tío Charles, accidentalmente descubrió una mina de grafito en New Hampshire y convenció a aquél de abrir juntos una fábrica de lápices en Concord a donde luego se trasladaría toda la familia.

Henry comenzó a asistir a la escuela pública con John, su hermano mayor y como sus compañeros le consideraron el más solemne de los dos, comenzaron a llamarle el Juez.

Un día lo enviaron a la posada para entregar unos pollos criados en casa y el posadero les torció el pescuezo, uno a uno, ante sus ojos, pero Henry no cambió el semblante. 

Hartos quizá de sus frías maneras de juez, en la escuela lo acusaron de robar la navaja a un compañero. Henry se limitó a decir que no había sido él. Solo cuando más tarde se descubrió al verdadero culpable admitió haber estado fuera del pueblo el día del robo. 

Le preguntaron por qué no había dicho eso antes; les repitió simplemente que porque el no había sido el ladrón. En otra ocasión un compañero se quejó de que no quisiera tallarle un arco con sus flechas, a pesar de que todos conocían su habilidad con la madera. 

Pero Henry no tenía navaja propia porque su padre no podía pagarla, y no quería que lo supieran.

Durante ciertos helados días, como de veinticinco grados centígrados bajo cero, los niños permanecían en la cocina contando historias familiares: 

por ejemplo, cuando Henry fue coceado por un buey que pasaba, o de la noche en que quiso acostarse sin quitarse las botas nuevas, o de sus preguntas de niño serio, como ¿quién es el dueño de toda la tierra?

La sencilla vida doméstica fue perturbada por un pequeño cisma religioso cuando Henry tenía nueve años. Aunque su punto de partida doctrinal era el calvinismo, en esos años algunas congregaciones de Nueva Inglaterra habían comenzado a disentir de la estricta ortodoxia. 

Las lideraba el tío de un amigo de Henry: William Ellery Channing, educado en Harvard y portavoz de quienes no aceptaban la doctrina de la maldad inherente al ser humano. Su influencia alcanzaba más allá de lo espiritual y le llevó a denunciar el utilitarismo reinante y a sostener que la conciencia tiene prioridad sobre la conveniencia. 

En sus sermones y escritos, insistió en que el individuo no ha sido hecho para el Estado, sino al revés, y que si se le ordenara servirle con actos degradantes (y aquí Thoreau pensaría en la esclavitud de los negros o en la guerra contra México) nadie debería dudar ni un momento, pues por ningún bien externo se debe violar lo que Channing llamaba ley interior. 

Para evitar tanto el frío dogma como el entusiasmo ciego, los unitarios como Channing terminaron por defender ante todo la capacidad individual para discernir la vida buena. Thoreau se educó en una teología en la que cada persona podía descubrir, mediante el uso de los sentidos y el ejercicio de la razón, las leyes de un universo benévolo por naturaleza.

Más de veinte años después Thoreau escribiría en su diario una invitación para recuperar el presente total de su infancia:

¡Ahora o nunca! Debes vivir en el presente, lanzarte con cada ola, encontrar en cada instante tu propia eternidad. Los necios se quedan con sus oportunidades como en una isla, mirando hacia la otra orilla. 

No hay otra orilla; no hay más vida que ésta, u otra semejante a ésta. La buena tierra se encuentra allá donde esté el buen granjero. Toma otro rumbo y tu vida no será más que una sucesión de lamentaciones.

Harvard

En 1833 Henry ingresó a la Universidad de Harvard de la que saldría cuatro años después. Aunque usaba un abrigo verde en el campus cuando las normas estipulaban el color negro para esa prenda, eso nunca se consideró una ofensa, pues las autoridades sabían que Thoreau no vestía de color verde para infringir las normas, sino porque no podía pagarse un abrigo negro. 

Por otra parte, cuando no estaba en la biblioteca Thoreau se dejaba llevar por la atracción que ejercían sobre él las riberas del río y los campos cercanos a Cambridge; eso no mejoró precisamente sus resultados académicos y tuvo que andarse con cuidado para conservar la beca que le permitía estudiar:

A pesar de haber asistido de cuerpo presente a todas las ceremonias académicas, mi alma y mi corazón se encontraban lejos de los edificios, entre las escenas de mi niñez en Concord. Muchas horas que debería haber dedicado al estudio las empleé mejor en escrutar bosques y explorar corrientes y lagos.

Se dice que Thoreau llegó a rechazar su diploma de Harvard, pero no fue el de bachiller sino uno de Master of Arts

Más de la mitad de los graduados de su promoción pagaron la suma correspondiente de cinco dólares, pero Thoreau dijo que que a cada oveja le basta con su propia piel y se negó a acumular más pergaminos. 

Sin embargo, su expediente le permitió tomar parte en la ceremonia de graduación con un discurso intitulado El espíritu comercial de los tiempos modernos, considerando su influencia en el carácter político, moral y literario de una nación, en el cual denunció el creciente apego de sus conciudadanos por los bienes materiales. 

Ante compañeros y profesores continuó el discurso con la declaración de intenciones que animó toda su vida:

Que los hombres sigan con autenticidad el camino que les indica su naturaleza y cultiven los sentimientos morales, viviendo vidas independientes y virtuosas; que hagan de las riquezas medios para la existencia, nunca fines, y no volveremos a escuchar una palabra sobre el espíritu comercial. 

El mar no va a detener su movimiento; la tierra seguirá siendo tan verde y el aire tan puro como siempre. Este curioso mundo que habitamos es más maravilloso que conveniente, más hermoso que útil; está más para ser admirado y disfrutado que para ser utilizado. 

El orden social de las cosas debería invertirse en cierto modo: el séptimo debería ser el día de labor en que el hombre se gane el pan con el sudor de su frente; los otros seis, su descanso dominical para el alma y los sentidos, para poder recorrer este amplio jardín y beber de los sutiles influjos y las sublimes revelaciones de la naturaleza.

Cuando su amigo Emerson dijo con orgullo que Harvard impartía todas las ramas del saber, Thoreau le contestó con cierta arrogancia:

Sí, muchas ramas y ninguna raíz.

El profesor

Un egresado de Harvard podía escoger su futuro entre cuatro carreras: la religiosa, la jurídica, la médica o la docente. La escuela pública de Concord ofreció a Thoreau trabajo como maestro. 

No todos sus compañeros de promoción tuvieron tanta suerte, ya que el país estaba sufriendo una grave crisis económica. 

Todo fue bien durante las dos primeras semanas del curso, pero cuando un miembro del consejo escolar visitó su clase, la encontró demasiado bulliciosa y le advirtió que, de no utilizar la correa, los alumnos se le echarían a perder. 

Thoreau rechazaba ese método desde el principio; al comprobar que no podía ejercer como profesor según sus propios criterios, presentó su dimisión una vez terminada la semana lectiva. 

Como no sería nada fácil volver a conseguir un puesto de trabajo como ése, comenzó a trabajar en la pequeña industria familiar del grafito. Debes vivir de aquello que amas, escribió.

En 1838, tras otro intento fallido de buscar trabajo como maestro en Maine, Thoreau tomó la decisión de abrir su propia escuela privada en casa. 

Los alumnos afluyeron en tal cantidad que John, su hermano mayor, tuvo que ayudarle en las tareas docentes, y acabaron por reabrir la vieja Academia de Concord. 

Meses antes, convencido de que podría hacer de la educación algo agradable tanto para el profesor como para el escolar, Thoreau había explicado su método en una carta a Browson:

la disciplina que creamos para la vida en el aula no debería ser diferente en la calle; si es que queremos serles de provecho, tendríamos que esforzarnos en ser compañeros de nuestros alumnos, y aprender no sólo con, sino también de ellos.

Además del currículum habitual, los hermanos Thoreau les enseñaban a conocer y apreciar el paisaje; hacían excursiones por tierra y en bote, y buscaban vestigios de los indios que antaño habitaban la zona. 

No había castigos físicos, pero la disciplina no fue problema, y además la actividad educadora de Thoreau nunca se limitó a las clases, ya que impartió al menos setenta y cinco conferencias públicas, la primera de ellas en 1838 ante el Liceo de Concord. 

Electo secretario del Liceo, ocupó el cargo hasta finales de 1840, participando mucho en la vida pública de Concord.

En 1841 defendió con su hermano John y contra Alcott la posición afirmativa en un debate sobre si es adecuado ofrecer resistencia activa. Los dos hermanos ganaron la partida a Alcott, que era pacifista por naturaleza.

Dos años antes, en 1839, Henry conoció a Ellen Sewall, hermana mayor de uno de sus alumnos y le propuso matrimonio. El padre de la novia vetó el compromiso y Ellen acabó casándose con otro:

Recordaba haber llevado en mi barca a una joven dama, adorable y sin ataduras; mientras yo manejaba los remos, ella se sentaba al timón, y no hubo nada más que ella entre el cielo y yo. Así de artísticas podrían ser todas nuestras vidas si fueran lo suficientemente libres.

No hay remedio para el amor, salvo amar más.

El corazón es siempre inexperto.

El 11 de enero de 1842 el hermano y compañero de toda la vida de Henry, John, muere tras una repentina infección de tétanos. El 27 del mismo mes, fallece Waldo, el hijo pequeño de su gran amigo Emerson.

Emerson

Thoreau creció intelectualmente a la sombra de Ralph Waldo Emerson, un mentor cuya fama rebasó pronto las fronteras de los Estados Unidos y esa cercanía marcó tanto su escritura como su lectura posterior, pero no fue su único discípulo, ni tampoco el más famoso, pues la influencia de Emerson se extiende hasta José Martí o Friedrich Nietzsche, que solía viajar con un ejemplar de sus Ensayos en el baúl.

Una tarde de noviembre Emerson y Thoreau caminaron juntos hasta los bosques de Walden, dónde aquél estaba pensando en comprar algunas tierras para salvar los árboles de la especulación. Henry le entretuvo quejándose de los terratenientes que cercaban sus campos:

No respetaré ninguna cerca en cuya construcción no haya participado, pues supongamos que antes de mi nacimiento alguien hubiera comprado todo el planeta: 

¿habría adquirido entonces el derecho a expulsarme de la naturaleza? 

No, no he sido informado de esos arreglos, tampoco me siento llamado a consentir a ellos, y por lo tanto cortaré mis cañas de pescar sin preguntar quién tiene más derechos que yo sobre el bosque. ¿No me pertenece el mundo tanto como a cualquier otro?

Emerson no estaba tan seguro de querer saltarse las normas, o las cercas, pero le dejó abierta la puerta de su bien dotada biblioteca y le presentó a muchos de sus amigos.

Cuando Thoreau le escuchó decir que quien aspire a ser plenamente humano ha de ser ante todo un inconformista, se limitó a llevar el dicho al hecho. 

Así se convirtió en el primer hombre, y Margaret Fuller la primera mujer (escritora, educadora y una de las primeras feministas estadounidenses; viajó por Europa como corresponsal de prensa y se casó con un revolucionario italiano), que puso en práctica el programa intelectual propuesto por Emerson a toda América.

Mientras tanto, el ferrocarril había llegado a Concord. Lo trajeron miles de obreros irlandeses, trabajando dieciséis horas al día por un jornal de cincuenta centavos de dólar. Emerson pensó que, en efecto, la esclavitud había llegado a Massachusetts y comprobó la compasión que los irlandeses despertaban entre la población, pero también se sentía impotente ante los nuevos fenómenos. 

Se preguntaba qué podía hacerse para ayudarlos, cuando todos los días llegaban nuevos buscadores de trabajo dispuestos a aceptar las mismas condiciones. 

El boleto de ferrocarril costaba tres veces más barato que la diligencia y permitía llegar a su destino cuatro veces más rápido. Emerson anticipó que esta novedad lo cambiaría todo. No se equivocaba.

Reformas

Alcott y Thoreau asistían sin falta a las reuniones de intelectuales que comenzaron a reunirse en Boston en 1836 y en Concord desde 1940, entre los que se encontraban Emerson y Margaret Fuller, el señor y la señora Ripley, Sarah Clarck, Henry Hedge y Theodore Parker. 

Allí aprendieron filosofía alemana con Hedge, pero nunca crearon una escuela filosófica, sino una especie de tribu nómada, más preocupada por la vida que por la mera especulación. 

Lo más cercano a una definición fue lo que dijo Emerson a una audiencia en Boston: “Lo que entre nosotros se llama popularmente trascendentalismo es idealismo; el idealismo tal como se le entiende en 1842”.

Dicho idealismo era bastante práctico. Les preocupaba cómo estaba cambiando el país, y se temían que los Estados Unidos de 1942 no llegarían a ser mucho mejores que los de entonces. 

Contemplaron la rápida desaparición de los indios, las pésimas condiciones laborales de los irlandeses, la expansión de la esclavitud, la guerra con México y la tala masiva de árboles, convertidos en casas, postes de telégrafo y traviesas para el ferrocarril, la expansión de la economía y de las comunicaciones; pero también la ampliación de la brecha entre Norte y Sur que paralizó el sistema político y amenazaba con dividir a la nación.

Thoreau conoció una explosión de movimientos comunitarios y escribió que nuestro sentido más común es el sentido de los mediocres, los conformes y los subordinados, frente a los cuales ningún espíritu libre dejaría de rebelarse. 

No congeniaba demasiado con los reformadores y sus partidarios; le repelía su gregarismo y su falta de energía. 

Toda reforma comienza en la mente de los individuos, cuando deliberan y finalmente se resuelven a mejorar a fondo su vida, y por eso la reforma externa no puede explicarse ni llevarse a cabo sin hacer algún tipo de referencia a la vida interior de los reformadores. 

En última instancia, la única reforma necesaria para Thoreau es un cambio de mentalidad.

Por supuesto que existen injusticias. Bien, ¿y qué? También existimos tú y yo. La reforma de la que me hablas pude llevarse a cabo cualquier mañana sin necesidad de tocar a rebato. No hace falta convocar una asamblea. ¿Por qué no lo intentas? No me permitas retrasarte.

Para Thoreau no cabe otra reforma que la individual. El verdadero reformador no necesita cooperación, dinero ni consejos, ni siquiera tiempo, esa materia de la que están hechos los retrasos. 

No hay mejor enseñanza que el propio ejemplo, convertirnos en el cambio que deseamos (frase que Gandhi haría famosa años después) ver a nuestro alrededor, y propone que el objetivo de toda educación superior sea crear gentes de acción y no sólo de palabra.

Nada puede lograrse sin el individuo, y de ahí el gran problema de nuestra época de masas. Debemos medrar primero en solitario para poder luego disfrutar juntos de nuestro éxito.

Y es que el reformador se imagina cuántas cosas se lograrían si la comunidad entera arrimara el hombro, mas para Thoreau todo podría lograrse si dos personas o incluso un solo individuo armonizaran sus fuerzas, pero la mayoría de los reformadores no son lo suficientemente radicales para Thoreau, pues pretenden reformar el mundo sin hacerlo ellos mismos. 

Al margen de cuánto tiempo lleve reconocerlo, sólo cuando el reformador se decide a vivir la vida que ha imaginado se convierte en el verdadero padre de las generaciones futuras.
  
Desobediencia civil

Thoreau dedicó varias páginas de su primer libro a glosar la Antígona de Sófocles y así recordar la primacía de la conciencia sobre la ley y el orden. 

¡Todo esto por enterrar un cadáver!, exclamó después de traducir del griego varios pasajes de la tragedia, dando a entender que si Antígona llevaba a tales extremos la compasión por su hermano muerto, ¿qué debería hacer un ciudadano estadounidense ante la esclavitud de los negros, una muerte en vida que además conducía al gobierno a emprender una guerra contra México para anexionarse más territorios? 

La respuesta de Thoreau es clara:

Rompe la ley, haz que tu vida ayude a parar la máquina.

La desobediencia era para él un deber, una cuestión de principios; tenía que observar, en cualquier circunstancia, que no se prestaba al mismo mal que condenaba. 

Ese mal era, por supuesto, la esclavitud, una cuestión que amenazaba con fracturar al país y provocaba enfrentamientos constantes.

Los abolicionistas estaban convencidos de que la guerra contra México, cuya declaración aprobó el Congreso el 13 de mayo de 1846, obedecía a un plan fraguado en las plantaciones de esclavos para aumentar su poder cuando se creasen nuevos estados esclavistas en las tierras mexicanas anexionadas. 

Aunque todos los Thoreau eran abolicionistas, Henry no se dedicó únicamente a la liberación de los negros; pensaba que la mayoría de los blancos eran esclavos de un género de vida más confortable, pero no por ello menos desesperado.

Esta oposición a la esclavitud y a la guerra le llevó a la prisión del condado, donde pasó la noche del 23 o el 24 de julio de 1846. Esa tarde Thoreau había ido al pueblo para arreglar un zapato y se encontró en la calle con Sam Staples. 

El alguacil le reclamó la capitación de los últimos años, ofreciéndose a pagarla por él si es que andaba mal de dinero, pero Thoreau le replicó que no había pagado por principios y que no tenía ninguna intención de hacerlo en ese momento. Sam le preguntó qué podía hacer por él. Henry le sugirió que renunciara a su cargo. 

Entonces Staples condujo a Thoreau hasta la prisión. Thoreau dijo después que podría haberse resistido a la fuerza, pero juzgó mejor que fuera la sociedad la que, a la desesperada, le infligiera su castigo:

Durante seis años dejé de pagar mis impuestos como votante. 

Por este hecho pasé una noche en la cárcel y mientras miraba las paredes de piedra sólida, la puerta de madera y de hierro y las ventanas cruzadas por barras de acero, no pude dejar de impresionarme por la estupidez de esa institución que me trataba como si fuera un paquete de carne, sangre y huesos que debía ser encerrado bajo llaves... 

En momento alguno me sentí confinado, y aquellos muros me parecieron un gran mal gasto de piedras y mortero... 

En cada amenaza y en cada cumplido saltaba el desatino; pues creían que mi mayor deseo era el hallarme del otro lado del muro. Y no podía dejar de sonreírme al ver con qué diligencia y cuidado me cerraban la puerta cuando me enfrascaba en mis meditaciones, que los seguían afuera sin problema ni dificultad, no siendo sino ellos todo lo que allí era peligroso. 

Vi que el Estado era de pocas luces y que no era capaz de distinguir amigo de enemigo, de manera que le perdí el resto del respeto que aún me quedaba y le compadecí.

Sus vecinos no podían menos que extrañarse cuando a la mañana siguiente Staples fue a liberarlo y Thoreau se resistió a abandonar la prisión. 

En aquel momento estaba endiabladamente furioso y ni las diatribas que escribió en su diario consiguieron calmarlo. 

Lo que había sucedido mientras estaba en la cárcel era que una persona desconocida había pagado el impuesto contra su voluntad. Se supone que fue una de sus tías:

Cuando salí de prisión- pues alguien interfirió y pagó al impuesto. No observé que se hubieran producido grandes cambios en los colectivo, en lo comunitario, como fue el caso de quien, entrado de joven, salió hecho un viejo chocho de pelos grises; sin embargo, a mi modo de ver una modificación sí había tenido lugar en la escena- la villa, el estado y el país- y mayor aún que cualquiera que pudiera deberse al mero paso del tiempo. 

El Estado en que vivía se me ofreció con perfiles más definidos. 

Vi hasta qué punto podían ser tenidos como buenos los vecinos y amigos que me rodeaban; reparé en que su amistad era apta sólo para climas estivales; que no abrigaban deseos de llevar a término especialmente justo; que por sus prejuicios y supersticiones constituían una raza tan distinta de mí como lo sería un chino o un malayo; 

que con sus sacrificios en aras de la humanidad no incurrían en riesgos, ni siquiera en aquél que pudiere afectar tan sólo a sus bienes; que, después de todo, no eran tan nobles, sino que trataban al ladrón como les había tratado a ellos; y que mediante cierta apariencia externa y unas cuantas plegarias, así como discurriendo de vez en cuando por una vía recta, pero inútil, esperaban salvar sus almas. 

Puede que esto parezca un juicio severo sobre mis conciudadanos, pues, según creo, muchos de ellos no saben siquiera que poseen una institución como la de la cárcel de su comunidad

Se cuenta que su amigo  Emerson le visitó en la celda y, ante la pregunta: “¿Qué haces ahí dentro?”, Thoreau respondió: ¿Y tú qué haces ahí fuera?

Resistance to Civil Government se publicó el 14 de mayo de 1849; Sophia y Channing pensaron que el título Civil Disobedience cuadraba mejor a este ensayo sobre el deber de la desobediencia cívica, o civil, pero tardaría unos años en aparecer bajo ese nombre.

Martin Luther King escribió:

“Leí el ensayo de Thoreau sobre la desobediencia civil por primera vez durante mis primeros años en la facultad. Fascinado por la idea de rehusar cooperar con un sistema injusto, me conmovió tan profundamente que releí la obra muchas veces. 

"Quedé convencido de que la no cooperación con el mal es una obligación moral en la misma medida que lo es la cooperación con el bien. Nadie ha logrado transmitir esta idea de forma más apasionada y elocuente que Henry David Thoreau”.

John Brown

Durante los últimos meses de 1859, Thoreau no pudo escribir sobre otro tema que no fuera el “Capitán” John Brown (1800-1859), un hombre aferrado hasta el martirio a la simple verdad de que los derechos de los negros son tan respetables como los de los blancos. 

Abolicionista radical y líder de una banda armada que intentó liberar a los esclavos por la fuerza, tras asaltar un arsenal en Harper’s Ferry (Virginia), fue juzgado y condenado a muerte.

No es prudente colgar a rebeldes como John Brown porque hombres como él enseñan a los demás a morir, y con ello a vivir. En realidad, Brown es uno de los pocos hombres que han muerto en América, pues sólo unos pocos han vivido de verdad.

Carlos Castillo Peraza dixit...

Al referirse en su momento al ayuno público de Luis H. Álvarez de más de cuarenta días por la democracia y contra el fraude electoral en Chihuahua en 1986, Carlos Castillo Peraza escribió:

“Gandhi, paradigma de la lucha no violenta contra la opresión política, reconoció sin titubeos que uno de los textos que más influyó en su decisión de emprender ese cambio de acción política fue aquél en el que Henry David Thoreau afirmara que no importa lo pequeño que pueda parecer el comienzo: lo que se hace bien una vez se hace para siempre

"El teórico norteamericano de la desobediencia civil –que se opuso radicalmente a la esclavitud, a la discriminación racial y a la guerra injusta que su propio país desencadenó contra México- señalaba que el valor de la acción de un solo hombre honrado... dispuesto a sufrir radica en que hace despertar las conciencias de quienes –por millares- se oponen al mal en su fuero interno pero nada hacen por impedirlo y prefieren sólo hablar de ello.

Thoreau remataba su argumentación manifestando que hay novecientos noventa y nueve patrocinadores de la virtud por cada hombre virtuoso”.

Henry David Thoreau vs. Benito Juárez

Considero que a la famosa frase atribuida a Benito Juárez: 

“Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”, Henry David Thoreau le contrapondría el epígrafe de este artículo: Es más deseable cultivar el respeto al bien que el respeto a la ley, porque, como le enfatizaría Thoreau a Juárez: La ley jamás hizo a los hombres un ápice más justos; y, en razón de su respeto por ellos, incluso los mejor dispuestos se convierten a diario en agentes de la injusticia.

Bibliografía

Antonio Casado da Rocha, Thoreau, biografía esencial, Acuarela libros, Madrid, 2005

Carlos Castillo Peraza, Luis H. Álvarez: votar con la vida, en El porvenir posible, Fondo de Cultura Económica, Fundación Rafael Preciado Hernández, México, 2006, pp. 288-289

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